Evidentemente uno no puede tener todo bajo control. ¡No pudo Dios creando al hombre! Mucho menos puede un ser humano, pero desgraciadamente para el cerebro de la operación, solo tuvo mala suerte. Planeó con meses de anticipación absolutamente todo, con lujo de detalles; su parte estuvo bien, pero tuvo la mala suerte de juntar a dos ladrones con gustos muy parecidos. Por mi parte no fue más que otro día ordinario hasta que entré en la agencia de quinielas ese lunes de octubre por la mañana.

Los octubres de los últimos años fueron un tanto decepcionantes para mí en cuanto al clima. Yo recuerdo días de primavera con treinta y cinco grados o lloviendo piedras del tamaño del cerebro de un bebé, pero siempre en los extremos; nunca este frío y humedad del último tiempo. Supongo yo que tiene que ver con este enfriamiento global al cual nos vemos sometidos desde que unos científicos le encontraron la vueltita al calentamiento global y comenzaron a enfriarlo de a poquito para que no se arrebate. Era muy fácil; había que ponerlo a girar para el otro lado y listo.

La cuestión es que esa mañana salí abrigado como para ir al Polo Norte confiando en que no importaba qué remera tuviera puesta porque nadie la vería. Me equivoqué.

Literalmente no había mucho margen de error, ya que estaba todo calculado por tiempo. La agencia de quinielas en cuestión no era una de esas típicas de barrio manejada por una familia desde hace muchos años a los que van los parroquianos a jugar algún numerito a la mañana temprano y se quedan hablando boludeces hasta el mediodía, momento en que se retiran a su hogar para almorzar, recuperar energías y volver a perder el tiempo durante la tarde. No. Esta agencia estaba manejada por el hijo de un reconocido exdiputado que tenía cierta cercanía con alguien de la Lotería Nacional y a su vez era utilizada para lavar dinero proveniente de algunos sindicatos y relaciones con el crimen organizado de la ciudad. Mucha plata; gente pesada, muy pesada.

Un lugar así está fuertemente custodiado, pero como todo sistema siempre tiene una fisura y por más guardias pasados de rosca armados tengas siempre está el factor humano que a veces juega a favor y otras en contra. En esa instancia, este factor lo favoreció al cabecilla de la banda al que llamaremos Peter. El primo de Peter era uno de los de aquellos guardias pasados de rosca que trabajaba dentro de la agencia en uno de esos días en los que había que hacer mucho movimiento de dinero por la puerta de atrás.

Literalmente eran movimientos de dinero que se ponían en bolsones y se trasladaban del punto A al B en camiones de caudales, siempre a la luz del día. Esa era la fachada totalmente creíble de una agencia normal, atendida por una persona de confianza del barrio mientras que por

atrás se orquestaba el lavado de activos. Mientras más a la vista estuviera el movimiento de los camiones de caudales, más le daba legitimidad al proceso, ya que no hay nada más eficaz que esconderse a la vista de todo el mundo.

El primo de Peter encontró una fisura entre la carga del camión de las 10:35 y el que lo suplantaba a las 10:47 todos los lunes a la mañana. Ese era el único momento en que quedaba un solo guardia con varios bolsones de dinero que no llegaba a cargarse en el primer envío. El único guardia que quedaba solo era él. Conforme a esta buena noticia, Peter se tomó su tiempo para idear un plan sencillo pero efectivo.

Mis sueños son raros, pero no raros con parámetros normales. Son raros a otra escala. Esa noche cené demasiado ya que desde que vivo con mi abuela estoy comiendo mucho. Vivo con ella más que nada para hacerle compañía y ayudarle con esas cosas que no puede hacer sola como cobrar la jubilación y la pensión del abuelo. Ella se fue quedando sin personas a su alrededor, pero jamás se acostumbró a cocinar para menos cantidad de gente, así que yo estoy comiendo por tres o cuatro personas cada día. Esto hace que sueñe cosas complicadas.

En mi sueño, yo era un mecánico que estaba mal pago. Como diría mi exesposa, “hasta en los sueños sos un fracasado”. Aparecía Joe Biden, el presidente de los Estados Unidos y me preguntaba si le podía inflar la pelota. Yo se la inflé y él en muestra de agradecimiento me presentó a la esposa de Obama. Intercambiamos teléfonos y quedamos en juntarnos a cenar… Macanuda ella. Era un sueño raro, cuando desperté junté unos pesitos y fui a jugar a la quiniela.

Apostados afuera de la agencia se encontraba Peter junto al Ladrón A y el Ladrón B. Suplantar los nombres no fue una elección artística sino es que no aparecieron en las noticias. Por ende, decidí protegerlos bajo el manto del anonimato. El golpe era sencillo: A y B se meterían en la agencia de quinielas armados, pero disimulando ser clientes normales y corrientes. Mientras que A contenía a la gente en la parte de adelante del local, B iría atrás, fingiría un forcejeo y le dispararía en el pie al cómplice que llamaremos Ladrón C. Cargarían tres bolsos con la suma aproximada de $18.000.000 cada uno. Para no levantar sospechas, también robarían algo de dinero de la caja. Peter los estaría esperando en la puerta, y los tres se marcharían en un auto que cambiarían a dos kilómetros debajo de un puente por tres motos con cajas de delivery, y así se marcharía cada uno con una parte del botín hasta el otro día al anochecer, en donde se juntarían bajo el abrigo de la oscuridad a hacer el reparto formal del dinero.

Por supuesto que la confianza era parte fundamental del plan. Peter sabía con qué bueyes araba; tenía muy en claro el nivel de confianza y profesionalismo con el que contaba y eso lo dejaba más que tranquilo. Pero como dije anteriormente, el factor humano interviene en todos los aspectos de la vida.

Entré a la agencia y lo primero que me llamó la atención fue que había música.

–Uy, qué temazo de Shakira –fue lo primero que atiné a decir.

Era realmente una gran canción. “Pies Descalzos”, de la mejor época de Shakira, sin ninguna duda. En la agencia había dos personas. Fui directamente a ver el Cartel de los sueños, que por más que parezca el título de una película narco, es ese afiche que hay en el que se le asigna un número a un sueño. Quería saber cuál era el número que más se ajustaba al mío cuando irrumpieron dos personas vestidas de negro y armadas.

El reloj corría a partir de ese momento. Entre seis a ocho minutos era el tiempo ideal del atraco. Si duraba de ocho a diez minutos estarían un poco jugados con el tiempo, pero aún podrían seguir con el plan, y si tardaban entre diez y doce minutos quería decir que tendrían que liarse a tiros con aquellos que venían en el camión de caudales para hacer la extracción siguiente.

En su cabeza, Peter sabía que para montar una escena de robo real debía atar a los clientes, al empleado de la quiniela, llevarlos a la parte de atrás del local, y herir de bala al Ladrón C. Si no montaba toda esa parafernalia que llevaría unos seis minutos contados por reloj, quedaría expuesto C y comenzarían a hacerse preguntas incómodas. El robo en sí tardaba de tres a cinco minutos; montar toda la escena, un minuto más. Peter tenía muy en claro que si el minutero llegaba a once aceleraría y se marcharía del lugar para luego examinar los daños de un robo frustrado y sopesar las consecuencias de meterse con gente complicada.

El hecho de que C desactivara la alarma silenciosa que el cajero tenía bajo su mesa ya garantizaba ese rango de minutos de una relativa tranquilidad para poder manejar la situación dentro de la agencia.

Los muchachos se bajaron del auto que quedó en marcha con Peter al volante y se adentraron en la agencia.

–Al suelo todo el mundo; esto es un asalto –dijo A mientras mostraba su revólver a los presentes.

–Todo el mundo calladito. Que nadie se pase de listo y va a estar todo bien, ¿estamos? –dijo B, dejando ver una nueve milímetros y apuntando al cajero.

–Uffff, Shakira –dijo A.

–Uy, sí. Shakira –dijo B mientras sonreía debajo del pasamontaña negro que tenía puesto aquella mañana fresca.

Para mí pasó todo muy rápido; no llegué ni a decidirme a qué número iba a jugar que de un momento a otro entraron dos tipos con pasamontañas puestos y nos pidieron que nos tiremos todos al suelo. Yo obedecí, por supuesto. Uno dijo algo de la canción de Shakira mientras golpeaba al cajero y ahí todo se puso muy raro.

El minutero corría y Peter miraba por el espejo retrovisor, chequeando que el camino estuviera despejado. Por el momento todo salía según lo planeado.

C escucho la irrupción de sus dos colegas y se quedó esperando sentado al lado de los bolsos a que aparezcan en la parte trasera para terminar de concretar la farsa.

–La mejor época de Shakira, sin ninguna duda –exclamó B mientras golpeaba al cajero en la cabeza para que le diera la llave de la puerta y así evitar que entraran nuevos clientes.

–¿Cómo? –preguntó A.

–La mejor época de Shakira, el disco Pies Descalzos.

–No, de ninguna manera. A mí la Shakira morocha no me gusta ni un poquito.

–No te gusta porque sos sordo. ¿Qué te puede gustar más que Pies Descalzos?

–¡Fijación Oral es mucho mejor disco, por la mierda! –contestó fastidiado A.

–Ahhhhh, discúlpame. No sabía que vos eras de esos boluditos que les gusta la Shakira rubia –dijo B en un tono entre burlón y enojado.

Días de Enero es mucho mejor canción que Dónde Estás Corazón, como para citarte un ejemplo –insistió A.

Afuera Peter estaba un poco intranquilo, ya que desde que sus compañeros irrumpieron en la agencia habían pasado exactamente siete minutos y no parecía haber novedades de ninguno de los dos. Ni pensando en todos los escenarios posibles se le hubiera ocurrido imaginarse que dentro del lugar había dos fanáticos extremistas de Shakira con posturas muy fuertes y lo suficientemente bien armados como para dejar en claro cada una de sus preferencias.

C supo que algo no estaba del todo bien cuando abrió la puerta del depósito para espiar por una ranura y vio a los dos enmascarados discutiendo a los gritos con los rehenes en el suelo ¿Qué mierda está pasando? pensó para sus adentros. Algo no estaba saliendo como era debido y eso lo ponía en una situación complicada a él también.

–Ahora me acabo de dar cuenta con la clase de idiota que estoy trabajando –dijo B–. Vos sos uno de esos imbéciles que les gusta el Waka-Waka y La Loba. Esas pelotudeces, ¿no?

–Ah, no. ¡Pará! Porque Se Quiere, Se Mata seguro es la quinta sinfonía de Beethoven, ¿no? Si ni Shakira ya es más morocha. Cuando ve fotos de la juventud se quiere matar. –¿Qué sabes vos de ella?

–Sé que si siguiera cantando las canciones de esa época se cagaría de hambre.

Uno decía que las canciones viejas eran las mejores; otro decía que las canciones nuevas eran mejores que las viejas. Los que estábamos tirados en el piso nos mirábamos entre nosotros. Yo nunca había estado en un asalto, pero eso no parecía un asalto normal. Algo no andaba bien. Entonces me decidí aprovechar el momento de distracción y lo hice.

Tiempo después, cuando hice declaraciones para un noticiero, adorné un poco la historia como para hacerme ver como un héroe, lo que me trajo problemas con la policía y mi declaración oficial, pero lo que pasó realmente es que aproveché el momento de distracción. Sentí que era momento de sacar ventaja y bien sabe Dios que ni sabía lo que me esperaba esa mañana cuando me vestí para salir de casa, pero dio la casualidad de que tuvo mucho que ver con toda esta historia. Me levanté del suelo y, en un movimiento que (ahora que lo pienso) me podría haber costado la vida, me saqué el buzo y dejé ver mi remera con la portada de Dónde Están Los Ladrones, el mejor disco de Shakira. Era la mejor Shakira. La Shakira morocha.

–¿Ves? Este si sabe –dijo B, señalando la remera del rehén.

A partir de ese momento todo se complicó. Afuera se escuchó una acelerada de un auto. Era Peter, que escapaba a toda velocidad. Se escuchó a otro vehículo que frenaba con urgencia y unos disparos desde la calle. C apareció en la parte delantera, preguntando:

–¿Qué mierda pasa acá?

En ese preciso instante, una ráfaga de disparos llegó desde afuera del local, destrozando los vidrios. A, B y C respondieron con disparos de adentro hacia afuera.

Todo terminó trece minutos y treinta y ocho segundos desde que A y B bajaron del auto, con Peter manejando a toda velocidad escapando de la escena del robo. Desde la oreja izquierda le caían pedazos de piel y un chorro muy prominente de sangre producto de la respuesta a los disparos que él mismo había iniciado cuando vio ya muy de cerca el camión de caudales. Todo se había ido de las manos. Era un robo sencillo, simple, nada del otro mundo, pero en los papeles era efectivo. No podía fallar. ¿Qué había pasado? ¿Por qué tardaron tanto? Eran preguntas de las cuales juntaría las respuestas como un rompecabezas a través de la cobertura de los medios y de las declaraciones de los presentes.

La verdad es que un balazo me dio en el hombro en el preciso momento en que uno de los delincuentes me felicitaba por mi remera y luego no recuerdo más nada. Solo sé que, a la noche, cuando salí de la comisaria después de declarar todo lo que sabía, todavía tenía pedacitos de vidrio en el pelo.

Los dos ladrones murieron, junto a una persona que estaba en la parte de atrás de la quiniela que también estaba armado hasta las bolas.

Son estas mañanas que no son ni calurosas ni frías en las que me agarra la nostalgia, me pongo la remera de Shakira y recuerdo como si fuera ayer ese momento en que alguien me felicitó por mi remera de Dónde están los ladrones. Sin duda, el mejor disco de Shakira… de la Shakira morocha.

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