El grupo de amigos estaba bastante desanimado; no solo no había pique aquella tarde de pesca en el río, sino que tampoco había asado, ya que un perro de esos que aparecen siempre para hacer cagadas se robó dos tiras de carne mientras estaban en la parrilla. El turno de custodiar el asado era de Herni, quien ya de por sí estaba muy deprimido porque unos días atrás se había separado de Tamara, su pareja durante los últimos diez años.

Ni Rubén, ni Lucho, ni Sebas le dijeron nada, ya que su amigo de la infancia estaba pasando por un mal momento. Por eso, simplemente se conformaron con fiambre y pan. Lo que sí había era cerveza en abundancia, que reposaba en la parte trasera del bote dentro de una heladera azul con hielo. Aunque la idea era sacar a su amigo de su húmedo departamento y distraerlo un poco, el grupo cayó en una suerte de depresión contagiosa que se manifestaba en un silencio de velorio mientras el bote se mecía suavemente sobre las tranquilas aguas del río.

—Está lindo el auto, Herni —dijo Lucho, intentando cortar un poco el ambiente.

—Sí, qué sé yo, pero tiene el baúl roto.

— ¿Roto? —Preguntó Sebas—. Es nuevito.

—Si querés, después lo miramos; debe ser una boludez —agregó Rubén, intentando no dejar morir el único tema de conversación que había surgido entre los cuatro.

No es que no se quisieran. El problema era que eran hombres criados a la vieja escuela, donde no se hablaba de los sentimientos entre amigos. La mejor forma de ayudar a alguien querido a superar un momento difícil era con recursos conocidos: ir a un bar, pescar, una carrera de autos o todo junto en el mismo día. Todos imaginaban lo que estaba pasando Herni, pero nadie tenía las herramientas necesarias para hablarle. Tampoco se veían obligados; simplemente pensaban que un poco de compañía no le haría mal.

—No hay un puto pique.

—Debe ser un garrón —comentó Rubén, señalando un bote que estaba varios metros más adelante que ellos.

—¿Qué? —preguntó Sebas, mientras Herni miraba el agua con la mirada perdida.

—Eso de ser guía de pesca. Porque, si te ponés a pensar, no tenés manera de garantizar que ninguno de los que te pagó saque algo. Si el día te toca como el orto, te toca como el orto y listo. Y tenés que convivir un par de horas con un montón de personas que te miran como si los hubieras cagado porque no pudieron pescar nada.

—La gente que paga un guía sabe que eso no asegura que pesquen algo —comentó Lucho—. Lo que estás pagando es el traslado.

—Sí, pero estamos en la misma. Estás en un bote seis horas con tipos que lo único que quieren es pescar, y nadie se queda contento si no pesca.

—La cantidad de anécdotas que tenés que contar para distraer a esos cristianos y que, por un momento, se olviden de que no pescaron nada, ¿no?

El grupo soltó una carcajada discreta, todos menos Herni, que seguía inmerso en sus pensamientos.

Herni siempre fue el más retraído de los cuatro, al que más le costaban las relaciones humanas. Fue así desde la escuela primaria, lugar y momento en que se forjó la relación entre los cuatro, era ese típico muchacho introvertido que era objeto de muchas bromas y burlas. Siempre un poco más quedado, el grupo de amigos construyó una coraza alrededor de él para que no la pasara tan mal de chico.

Por mismo es que tuvieron ciertas reservas cuando Herni les presentó a Tamara. Ya sea por pura intuición o por un presentimiento, Rubén, Sebas y Lucho sabían que eso no iba a durar. No por su amigo, a quien querían y estimaban mucho, ni siquiera por su novia, a quien no conocían lo suficiente como para juzgarla, sino por el entorno que esta tenía. Venía de una familia un tanto complicada, siempre con problemas con la ley. Sin ir más lejos, el hermano de Tamara, un tal Jonathan, había estado preso en un par de ocasiones y era de esas personas que inspiran desconfianza con solo conocerlas.

El hecho de que Herni heredara tres departamentos de una abuela fallecida y que, al mes, se casara con Tamara ya le daba mala espina al grupo. Sobre todo porque, al mes de casarse, se separaron y ella le reclamó la mitad de sus bienes. Como grupo humano, los tres amigos nunca pudieron inmiscuirse en el mundo de Herni más que con consejos, ya que este no permitió que ni siquiera ellos se metieran en sus asuntos personales. Así como era en la escuela, fue en la vida: Herni ponía una pared de cemento ante las cosas que no quería mezclar, y si no te quería dejar entrar, no lo hacía. Así pasó con su relación, y, más allá de todas las advertencias que le hicieron sus amigos —que no fueron pocas—, no pudieron impedir que tanto ella como su familia de crápulas prácticamente lo desvalijaran.

Alguno de los amigos que observaba la secuencia del matrimonio frustrado de Herni pensaba: “Que se joda por pelotudo, nosotros le dijimos”. Pero al poco tiempo caían en la cuenta de que se trataba de Herni, una persona que, por su manera de ser, no había tenido muchas posibilidades en la vida. Y un halo de comprensión protegía las ideas sobre él y sus desgracias.

—Por lo menos comimos asado —dijo Lucho y rompió en una risa que fue acompañada por el grupo, haciendo salir de su ensoñación por un momento a Herni, quien respondió:

—Perdón por eso, les cagué la tarde.

—No pasa nada —dijo Lucho.

—Olvidate —agregó Rubén.

—No hay ningún problema, amigo —sentenció Sebas.

—Ahora mi pregunta es, ¿qué mierda estabas haciendo que no viste venir al perro?

Todos rieron con precaución y miraron de reojo a su amigo para ver si continuaban con la racha y lo hacían sonreír un poco más.

—Me distraje intentando destrabar el baúl del auto.

— ¿Está trabado? Eso lo podemos solucionar rápido.

Herni se quedó en silencio mirando la boya que yacía plácidamente en el agua. Todos en el grupo se dio cuenta de que una sombra pasó por su mirada, y, por un momento, Herni dejó de ser aquel Herni. Es como si un gesto lo hubiera transformado en otra persona.

—Hoy a la madrugada, antes de que me pasaran a buscar, fue el hermano de Tamara a casa.

— ¿Quién? —preguntó Lucho.

—El hermano de Tamara.

— ¿Qué quería?

—Que le diera el auto como forma de pago de un préstamo que me hizo.

—Noooo —exclamó Rubén, agarrándose la cabeza—.

— ¿Préstamo? ¿Qué préstamo?

— ¿Vos le pediste un préstamo a la lacra esa? —insistió Sebas.

— ¡Herni, la puta madre! ¿Para qué querías un préstamo? Si acababas de heredar una fortuna.

—Tamara quería comprarse una cabañita en el sur, y yo todavía no tenía los papeles de la herencia. Como sabía que se lo podía devolver enseguida, le pedí.

— ¿Cuánto le pediste? —preguntó, sin querer saber la respuesta, Lucho.

—Ciento cincuenta mil dólares.

—Noooo… —dijeron los tres a la vez, agarrándose la cabeza, como si su equipo hubiera errado un gol en el último momento y perdido el campeonato por esa razón.

— ¡Estás loco! ¿Cómo te vas a meter en una cosa así?

—Esa gente es mafiosa.

—No podés deberle plata a ese tipo.

Herni ya no distinguía quién le decía qué cosa. Las exclamaciones de fastidio e incredulidad se apilaban una a una, mientras él seguía mirando fijo la boya. Pasaron unos largos minutos hasta que volvió en sí.

—Herni… Herni… —repitió un par de veces Rubén hasta que él le prestó atención.

— ¿Qué?

—Fue a tu casa, ¿y qué pasó después?

—Yo no tenía un mango. Empezó a romper cosas, dio vuelta los sillones, revolvió todo por todas partes y no encontró nada.

— ¿Estaba él solo?

—Sí, pero tenía un revólver y parecía que estaba muy duro.

—Seguramente no parecía; estaba re duro. Hay que tener cuidado con esa gente, es muy mala gente.

—Sí, ya lo sé —dijo Herni, sin despegar la mirada de la boya.

— ¿Y ahora en qué quedó todo? —preguntó Sebas.

—Se estaba por ir, pero me dijo que me iba a meter un tiro en la pierna para que la próxima vez que viniera tuviera toda la plata junta.

—Pero no te disparó… o sea… vos estás bien.

—Sí, sí. Le prometí que iba a estar todo bien, que para la tarde le iba a conseguir la guita.

— ¿Vos tenés las 150 lucas?

—No, ¿qué voy a tener? Si Tamara me sacó todo.

— ¿Y esa guita dónde quedó?

—La tiene ella, se la llevó con la mudanza.

—Te cagó —sentenció Lucho, llevándose una mano a la frente, como no pudiendo creer el timo en el que había caído su amigo.

—O sea que ella te sacó todo y ahora le debés guita a un tipo peligroso, y se la tenés que pagar ahora.

A esa altura de la charla, la anécdota del perro robándose las tiras de asado quedaba muy atrás. Una sensación de peligro, que hasta entonces no había reinado en aquel bote de alquiler, se instaló en las mentes de casi todos sus ocupantes, menos de Herni, que seguía más preocupado por la pesca que por su propia realidad.

— ¿Es decir que cuando volvamos y vayamos a tu casa, seguramente esté este hijo de puta armado?

—Tenés que ir a la policía —insistió Lucho.

— ¿La policía? ¿Qué va a hacer la policía? —Respondió Rubén—. Esos son más mafia. La policía no se mete con esos tipos a menos que reciba su parte.

—Nosotros, pescando como unos boludos, y vos con un quilombo que te puede costar las dos piernas, ¿sos boludo, Herni?

—Igual no pasa nada —dijo Herni.

— ¿Cómo que no pasa nada? Te van a matar, te van a prender fuego y te van a tirar en una zanja —exclamó Lucho, realmente asustado.

—No, no pasa nada porque lo convencí y se quedó tranquilo.

Luego de revolver un par de muebles y de amenazar a Herni con un revólver, el hermano de Tamara, quien no se merece ni siquiera un nombre en esta historia, se calmó cuando este le prometió que iba a buscar el dinero que tenía guardado en una caja fuerte en el sótano de la casa. De hecho, para hacer las paces, le ofreció un whisky carísimo que el mafioso bebió del pico mientras estaba sentado en un sillón, arma en mano, esperando a que su ex cuñado volviera con el dinero. En otras circunstancias, nunca hubiera dejado que fuera solo a buscar el dinero, pero, como sabía que Herni era un pelotudo sin voluntad propia, un imbécil con el que su hermana se acostó un par de veces y le sacó prácticamente todo, un bueno para nada con algunos problemas mentales que sería incapaz de matar una mosca, se sentó a esperar a que bajara al sótano y volviera. Si este escapaba, volvería al otro día, y al otro día, y, si no, aparecería en su trabajo a amenazarlo. Es decir, tenía miles de opciones para recuperar la plata y cobrarse los excesivos intereses. Por eso se relajó. Grave error.

A través del rabillo del ojo derecho vio una sombra, pero el hermano de Tamara no tuvo tiempo de reaccionar; cuando se dio cuenta, tenía un cuchillo clavado en la carótida y el derrame de sangre comenzaba a ser excesivo. Para no ensuciar más la casa, Herni ató una bolsa alrededor de la cabeza de su ex cuñado y lo empujó al suelo, mientras su cuerpo se sacudía con enormes espasmos, ahogándose con su propia sangre. Cuando este se quedó tieso, Herni arrastró el cuerpo hasta el garaje y lo metió como pudo dentro del baúl.

El bueno de Herni el que no mataria una mosca, el traumado se descargo con cada una de las veintiún puñaladas que le pego en el cuerpo muerto de su ex cuñado, descargando todo su odio y rencor de años de sufrimiento.

Todo se resolvió tan rápidamente que hasta tuvo tiempo de bañarse, limpiar, y preparar la caña y la caja de pesca. Luego encendió su cero kilómetro y pasó a buscar a sus amigos uno por uno, viajando los 80 km hasta el río. Aunque el baúl no cerraba muy bien porque quedo trabado con uno de los dedos de la mano derecha del recién difunto.

Luego de contarles la historia a sus amigos con lujo de detalles, se hizo un silencio en el bote.

— ¿Vos me estás diciendo?… ¿Qué…? -preguntó Lucho, que fue el único que pudo salir del estupor que el relato de Herni había causado en el grupo.

—Sí, por eso no traba bien el baúl. Se debe haber jodido con el cuerpo del hermano de Tamara. A esta hora, con este calor, debe estar descomponiéndose.

Nadie dijo nada. Todos habían viajado con el cuerpo de un hombre muerto a centímetros suyos y jamás lo hubieran sospechado. Cualquier control en la ruta, un pinchazo de una rueda o un choque, y tendrían que dar explicaciones por el resto de su vida. De repente, se iluminó la cara de Herni, como si algo dentro de él despertara, algo que estaba dormido desde hace mucho tiempo. Los ojos se le abrieron de par en par y comenzó a sonreír; incluso su postura mejoró y se irguió inmediatamente, señalando el agua.

— ¡Está picando! ¡Está picando! -dijo, señalando la boya.

Al parecer, la suerte del grupo estaba cambiando en aquella tarde de pesca con amigos.

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