«Todo se paga en esta vida, desgraciado y vos lo vas a pagar tarde o temprano». Con esas palabras surgidas del dolor y del resentimiento de Marisa cerraba las puertas de su relación de 35 años de casados a Héctor que se marchó sin demasiados remordimientos en su bolso de mano.
Él no había obrado bien para cuando ella se enteró de que había sido engañada ya habían pasado varios meses de que su amado esposo tenía una aventura amorosa con una de las chicas del supermercado y un 85% del pueblo estaba al tanto de aquella situación.
Si la infidelidad es dolorosa para quien la sufre, esta se vuelve diez veces más dolorosa viviendo en un pueblo chico en donde la más mínima alteración en la rutina de cualquier vecino es tema de conversación. En la peluquería, en la estación de servicio, en la iglesia y por supuesto en el supermercado todo el mundo comentaba la novedad “El Héctor cambio a la Marisa por una más joven… La Noelia, la hija de Don Ricardo” con esa exquisita crueldad que puede tener un comentario mal intencionado hecho por un chusma de pueblo.
“La cambio” como si se tratara de una heladera vieja o una moto fundida.
Revoloteaba en el aire una idea machista de que él era el vivo que la dejó a ella y se fue con una pendeja. Nadie que hace ese tipo de comentario piensa en ningún momento en la persona abandonada, todos piensan en el que se va y hacen comparaciones hirientes del tipo: «La pendeja tiene todo firme y ella tiene sus años» «No vas a comparar falda con peceto» se decía en la carnicería. «Cambio pan francés por una cremona» se decía en la panadería. Etc.
Mientras tanto la buena de Marisa afrontaba su separación lo más decentemente posible, además de la economía doméstica debía encargarse de la educación emocional de sus hijos de diez y doce años ya que cuando él se fue cerró la puerta dejando todo (literalmente todo) atrás. Ella en cambio no podía desprenderse de su vida, no por el hecho de ser madre, sino por el hecho de ser buena persona. Alguien de bien no deja a sus hijos para irse a vivir una adolescencia tardía a los 48 años. Con o sin marido iba a seguir adelante.
Si tuviéramos que sopesar las dos realidades podríamos decir sin miedo a equivocarnos que en los primeros meses de la separación la balanza estaba a favor de él ya que se lo veía más rejuvenecido. En la fábrica era el blanco de comentarios del estilo «Estás flaco, ¡cómo le debes estar dando a la matraca eh!» seguido de movimientos pelvicos sugerentes para adelante y para atrás de sus compañeros de trabajo como si estos fueran necesarios para que todo el mundo asociara la palabra matraca con la palabra sexo.
Muchos vieron a Héctor pasear de la mano por el nuevo centro comercial al que Marisa le había pedido ir a cenar cuando se inaugurara, requisitoria a la que él había respondido con una mueca de fastidio. Además del lógico tiempo de alcoba Héctor se mostraba renovado y saliendo más que nunca a comer, a pasear, viajaron a la ciudad a ver una película en el cine. Cosas que desde hace mucho tiempo había dejado de hacer en su matrimonio ya que los domingos (el único día en el que estaba obligado a convivir con su familia) se quedaba dormido en el sillón con una cerveza en la mano mientras miraba las carreras de autos todo el bendito día postrado en el sillón como si fuera un adorno.
Marisa en cambio, cambió al no tener que lidiar con el fastidio de tener otro hijo, pero mayor y comenzó de a poco a ocuparse un poco más de ella. Volvió a leer, hábito que había postergado cuando se casó con él, comenzó con una rutina de ejercicios y a cuidarse un poco más en las comidas, se cortó y tiñó el pelo «Es porque está separada ¿qué va hacer la pobre sino?» decían las malas lenguas del pueblo cuando la veían con ese nuevo look que le quedaba realmente bien.
Eso mientras asistía a reuniones en el colegio de los chicos en donde el director intentaba encontrarle una justificación al cambio de actitud de ambos, aunque todos sabían que se portaban mal ya que les faltaba la figura paterna en la casa y aunque no era la gran figura, era más bien una cosa que estaba ahí cuando ellos volvían de la escuela, era una figura al fin que los había abandonado.
A pesar de estar muy dolida con la separación y de sentirse humillada cuando fulano y mengano le comentaban que habían visto a su ex de la mano de la cajera de supermercado sonriendo y a los besos como si fueran adolescentes, aún con todos estos factores influyendo en su tristeza Marisa tuvo la decencia de no usar las redes sociales para mostrarse dolida compartiendo frases motivacionales que solo ocultan el dolor mal tratado como:« Ahora la vida se trata de mí» «Encontré mi verdadera yo» «Basta de perder el tiempo con el que no se lo merece». y cosas por el estilo que hacen los ardidos en tiempos de redes sociales, por otra parte el pueblo estaba esperando que lo hiciera. Asi como cuando alguien muere la familia se viste de negro, era un paso obligado expresarse en Facebook y hablar mal de las ex parejas, es lo que todos hubieran querido leer.
Marisa siempre fue muy consciente de lo cruel que puede ser la gente de un pueblo sobre el dolor ajeno y tuvo presente que los trapos sucios se lavan en casa y ya que su poder adquisitivo era escaso como para convertirse en ciclista profesional y estaba en mal estado físico para volverse runner como hacen todas aquellas personas que tienen problemas amorosos (investiguen y se van a dar cuenta de que siempre es así) Marisa se quedó en el molde tratando de descubrirse en la nueva vida que le tocaba vivir.
Con el transcurso de los meses la balanza se fue equilibrando un poco más y Héctor comenzaba a caer en la cuenta de que quizás había cometido un error. Su nueva compañía no estaba pendiente de él, ella era joven y con mucha energía como para salir todos los sábados a la noche luego de trabajar nueve horas seguidas en el supermercado para después salir a cenar, beber copiosamente y tener maratónicas sesiones amorosas a las que Héctor llegaba a cumplir con una fatiga extraordinaria.
Desde su separación no había dormido una sola siesta, el estado rejuvenecido y alegre de los primeros se marchó para darle paso a un humano sombrío con ojeras y siempre somnoliento. A los pocos meses de convivencia y cuando había pasado a novedad comenzaron los primeros entredichos entre ambos, si bien las primeras peleas se solucionaron de manera amorosa, de apoco se iba destapando y dejando ver la verdadera naturaleza de la relación. Para ella la novedad había pasado y no podía lidiar con la cruda realidad de que los veinticinco años que los separaban eran mucho y se notaban. Él no conocía a ningún youtuber y los que hacen streaming por twitch le parecían unos reverendos pelotudos que no hablaban de nada.
No comprendía como su nueva novia pasaba horas frente al espejo sacando fotos o simplemente haciendo videos en ropa interior moviendo la cabeza para un lado y para el otro o haciendo trompita. Ya hacía un tiempo que no se sacaba fotos con él lo que suponía un alivio para el señor mayor que se tuvo que hacer un Instagram (para estar a la moda) en el cual solo compartía imágenes de autos de turismo carretera, alguna foto de Diego Maradona o alguna de Carlos Monzón. Por su parte así como quien come mucho de algo que le gusta su paladar comenzaba a hartarse y el de su nueva novia ya ni siquiera le encontraba sabor Héctor.
Todo comenzó a tensarse cada vez más y las discusiones se transofrmaron en revoleo de platos hasta que ella le pidió una prueba de amor. Si realmente la amaba debíaa hacer un video de Tik Tok juntos.
Parece una boludez, pero un video de Tik Tok puede desacreditar a una persona de maneras que uno jamás se puede imaginar y más en un pueblo como aquel. Existen antecedentes de señores mayores que hicieron videos de Tik Tok haciéndose los graciosos. Está el de Raúl el carnicero. Raúl creyó que sería una buena idea hacer su propia versión de un video que se hizo muy famoso y que todo el mundo en aquella red social lo estaba repitiendo haciéndolo gradualmente menos gracioso. Este hizo una mala imitación de un diálogo de una novela de moda, le pareció gracioso aunque dudó unos minutos antes de publicarlo y compartirlo en los distintos grupos de whatsapp. Cuando este se viralizó sus hijos no le dirigieron más la palabra, fue el hazmerreír del pueblo, su esposa lo dejó por un repositor de supermercado (se ve que aquel supermercado tenía algo…) el cirujano que lo estaba atendiendo por una arritmia canceló todas sus citas dejándolo librado a su suerte, su carnicería empezó a perder clientes a tal punto que tuvo que despedir a sus empleados que de todos modos después de ver aquel video ya estaban buscando otro trabajo. Quebró, no pudo pagar sus deudas con el banco y al poco tiempo lo encontraron muerto dentro de su auto. La autopsia reveló que murió de arrepentimiento por hacer aquel video de Tik Tok.
El segundo ejemplo y quizás el más emblemático es el director del banco el respetado señor Gutiérrez, quien hizo un video parodia de la presentación del programa de los ochenta ALF en el que grababa a toda su familia en el interior de su lujosa casa imitando a los protagonistas de la serie. A comparación del video del carnicero el video del banquero no era tan vergonzoso, pero aun así luego de publicarlo tuvo una reunión con el gerente del Banco Central, lo despidieron al otro día su familia también cayó en desgracia, sus hijos fueron apedreados a la salida del colegio (por fortuna nadie salió herido) a su mujer la insultaron en la calle y les rayaron los autos. Finalmente Gutiérrez huyó en la mitad de la noche con su familia ya que gracias a sus contactos supo que la policía estaba por realizar un allanamiento en su caso y que pretendían plantarles pruebas falsas para acusarlo de pedófilo y meterlo un tiempo largo entre rejas.
«Todo se paga en esta vida, desgraciado y vos lo vas a pagar tarde o temprano». Aún retumbaban en su mente las palabras que le oyó decir por lo bajo a Marisa la noche en que se fue a vivir con su amante. Algo de razón tenía aunque le fuera difícil admitirlo. Al terminar el sexto porrón de cerveza el turco se sentó frente a él en uno de los peorcitos bares del pueblo.
- Te atravieso el costado de la panza con una faca por $50.000.
- ¿Es seguro?
- Soy un maestro en esto, te puedo acuchillar y no tocarte ningún órgano vital.
- No sé… no me animo.
- Te rompo las dos piernas por $100.000 con todo el quilombo y la recuperación ella se va a olvidar del video y esas cosas, va a estar más ocupada en comprar medicamentos que en Tik Tok.
- No sé, no me parece.
- ¡Bueno entonces hace ese puto video y listo viejo! No me rompas las pelotas si no te vas a animar.
El turco se levantó y se fue enojado.
La balanza comenzó a inclinarse hacia ella cuando comprobó que haciendo una rutina de ejercicios sencilla bajó un par de kilos que tenía demás. Eso sumado a que una noche desvelada tomó lápiz y papel y escribió un pequeño cuento que le hizo recordar que cuando era chica le gustaba escribir, luego las tempranas ocupaciones de un marido, un matrimonio y una casa habían conspirado para hacerle olvidar aquel placer tan íntimo que propone la escritura. Obviamente (como cualquier persona de bien) no comunicó ninguno de estos descubrimientos en redes sociales, con una foto diciendo “baje tantos kilos, vamos por más” ni ninguna de esas idioteces.
Mientras tanto él se encontraba solo en la casa que compartía con su joven pareja, corrió los mesa y la silla, se aseguró de que la puerta estuviera bien cerrada con llave. Puso la canción que su amada le había pedido que bailaran juntos y ahí sintió la primera punzada en el estómago. La canción se titulaba “Mueve esa Cola Golosa” y decía algo así:
Mueve la cola golosa.
Que toda la banda se pone celosa.
Mueve la cola golosa.
Que no hay nada como meterse en esa choza.
Mientras ponía el celular a grabar para luego verse y corregir sus movimientos pensaba en su padre. Aquel gran hombre que trabajaba doce horas por día en el puerto bajando bolsas. Mientras intentaba un torpe meneo pensaba en él, en lo avergonzado que se sentiría si viera al hijo de su sangre bailar Mueve la Cola Golosa. ¿Qué pensaría hombre? que la única muestra de afecto que le expresó fue a los seis años cuando le apagó un cigarrillo en la mano derecha para demostrarle cariño a su manera. Mientras bajaba sus 36 kg de más que se plegaba en forma de rollos uno arriba de otro hasta formar cuatro filas de rollos en su panza mientras intentaba un meneo sensual se sintió ultrajado, avergonzado y humillado.
Peor se sintió cuando vio la filmación de aquel video, algo se movió en su interior y tomó la decisión de golpear repetidamente con un martillo el celular hasta que no quedaran huellas del exabrupto.
¿Qué camino le quedaba por tomar? aceptar que no haría el video sería aceptar el fracaso de su relación que a esa altura pendía de un hilo, no podría volver a los brazos de aquella que fuera la madre de sus hijos, tampoco podría vivir solo, ya que cuando no estuvo en su casa con su madre, estuvo con su mujer, ahora con su novia, siempre necesito de alguien que estuviera con él, no sabría cómo vivir en un mundo sin alguien al lado.
¿Los compañeros de la fábrica? se le cagarían de risas en la cara si hiciera ese video, pero si no, también se le cagarían de risas en la cara porque dejó a su esposa por una amante que lo terminó dejando. En su cabeza la situación era humillante en todos los escenarios posibles.
Mientras tanto Marisa volvió a sonreír después de mucho tiempo por un piropo que le tiró Ernesto un ex compañero de la secundaria con el que había tonteado en alguna ocasión que al verla tan linda le dijo algo acerca del color de su cabello y ella se ruborizó como en las viejas épocas.
Esa misma noche ebrio hasta la manija bailó Mueve la Cola Golosa como pudo, avergonzado, con movimientos toscos y estúpidos, pero lo hizo, mal pero lo hizo, no por convicción sino por supervivencia junto a su compañera que se movía ante la cámara del celular con una gracia y una frescura impactante. Al terminar la primera toma se desmayó por el cansancio y la tensión liberada en ese minuto de vídeo. Ella se enamoró un poco más de él por su esfuerzo, compartió el video con el hashtag #Muevelacolagolosa, a los quince minutos ya estaba en todos los celulares del pueblo incluso en el de Marisa que tuvo que apartar la mirada antes de concluir el minuto por vergüenza ajena.
El ajusticiamiento en público fue a las doce del mediodía del día siguiente, cada miembro de la comunidad tenía una piedra y el primero que tiró fue el cura párroco que ya le tenía pica a Héctor por no dejar suficiente limosnas los domingos en la misa. Así fue como una lluvia de pedradas impactaron en todo su cuerpo, a los quince minutos dejo de respirar.
Marisa estaba entre los presentes pero ella no lo castigó como el resto del pueblo, lo hizo con una mirada de tristeza y vergüenza, antes de pagar el precio mas alto Hector entendió que esa mirada le dolía mas que todas las piedras del mundo.