¿Puede un libro romperte el corazón por un rato?

Vale nos trajo a Facu y a mí los dos primeros libros de la saga Blackwater, escrita por Michael McDowell, el creador de Beetlejuice, un escritor maravilloso del gótico sureño norteamericano. Ya había leído Los Elementales y Agujas Doradas, que son libros excelentes, pero no estoy acá para contarles la biografía de McDowell, googleen si les interesa.

Yo leí los dos primeros: La Riada y El Dique, donde básicamente se cuenta la historia de un lugar llamado Perdido, en el estado de Alabama. Todo comienza en el año 1919, cuando ocurre una inundación que se llevó todo el pueblo por delante, destruyó las casas de casi todos los habitantes, arruinó familias enteras y se cobró un par de vidas. Una tarde, mientras evaluaban los daños, Oscar Caskey, hijo de Mary-Love, una de las matriarcas con más dinero de todo Perdido, y Bray, miembro de la servidumbre, encuentran a una joven hermosísima (por lo menos así me la imaginé yo) sentada en uno de los cuartos de la planta alta del Hotel Osceola, esperando a que la rescaten. De entrada, uno ya puede presentir que hay algo raro en la escena: ella sola, cuatro días sentada al borde de una cama, cuando las marcas del agua estaban casi hasta el techo del cuarto, lo cual hacía imposible que ella esperara sentada alli sin haber muerto. Bray (que es convenientemente negro) como gran parte de la servidumbre de esa época, presiente algo fuera de lo normal en Elinor, como si no fuera de este mundo, y algo de razón tenía.

De ella no se sabe nada, ya que perdió todos sus papeles de nacimiento en la inundación, no tiene parientes vivos y se encontraba allí en busca de un puesto laboral en la escuela local, ya que es maestra. Muy gradualmente, comienza a ganarse las simpatías de todo el mundo, pero genera recelo en Mary-Love Caskey, ¡una flor de hija de puta! tirana que maneja a todo el mundo a su antojo, como una gran titiritera que controla la vida de Sister y Oscar, hasta que Elinor enamora a Oscar y se casan casi en secreto.

¡Hasta ahí! No voy a seguir con la historia porque es muy difícil contar una trama sin decir nada trascendente ni spoilearle a nadie el final. Pero lo que tienen que saber es que hay asesinatos, algunos son muy injustos y otros se justifican bastante. Hay una atmósfera rara que siempre tiene que ver con Elinor, con su extraña procedencia y sus misteriosos baños en el río Perdido. Es como si no encajara del todo entre los humanos, pero la tiene clarísima y es quien le disputa el trono a Mary-Love, a tal punto que una mata a la otra, pero la otra no se va a quedar de brazos cruzados, ni aún muerta… Sí, sí, ya sé, no cuento más.

Es una historia dominada por mujeres. Los hombres son meros elementos decorativos de la trama y es mejor que así sea. ¡Que no se metan! ¡Que no entienden nada!

La edición de este libro, escrito en 1983 y reeditado en 2024 por Blackie Books, es hermosa. Son seis tomos: La Riada, El Dique, La Casa, La Guerra, La Fortuna y Lluvia. Tienen 250 páginas en promedio y son muy pintorescos. Cada uno tiene su color y te adelanta lo que va a venir con imágenes exquisitamente puestas en tapa y contratapa. Además, son libros pequeños que entran en una riñonera.

Me sorprendió que le haya gustado a Facu porque, si bien hay tintes paranormales, no es un libro de realismo mágico ni tan interactivamente estimulante como Harry Potter, y en apariencia la historia parece no ser gran cosa. Esta es la historia de una familia en la que algunos nacen, otros mueren, algunos se casan, otros no se casan nunca, unos tienen una hija que es una suerte de pez mutante que se va a vivir al fondo del río y cosas así… como en cualquier familia… ¿Qué? ¿Qué dije?… No conté casi nada.

La cuestión es que mi hijo de trece años se me adelantó en la lectura de la saga, lo cual fue muy conveniente, ya que tuvimos tema de conversación durante largo rato. Charlamos durante todo el verano, o los quince días que lo vi desde que empezaron sus vacaciones, ya que es muy difícil dar con Facundo en temporada de verano (porque se la pasa de viaje con todo el mundo mientras nosotros, sus padres, trabajamos). Discutimos sobre algunos personajes, consideramos la idea de cambiar nuestros apellidos por Caskey, debatimos qué haríamos si encontráramos pozos petroleros en nuestras tierras, nos imaginamos a los personajes de viejos, leímos cómo esos mismos personajes se fueron convirtiendo en viejos, sufrimos un poquito con cada muerte, menos con una que no quiero mencionar, pero ¡bien muerta está por zorra! Pero Facu terminó de leer antes que yo y eso lo dejó en un estado de conmoción.

Estaba sentado en un sillón cuando cerró el libro, pero no con un gesto feliz, tenía los ojos algo llorosos y estaba indignado. “Ya lo terminé”, dijo con la mirada perdida. “¿Y qué onda?”, pregunté yo. Él hizo un esfuerzo para no contarme nada… hizo silencio con la mirada perdida y finalmente confesó: “Yo me sentía un Caskey, me los imaginé a todos, completaba las pocas imágenes que aparecen en la portada con mi imaginación, tenía todas las caras en mi cabeza y ahora se terminó”. Se quedó en silencio, procesando lo que había pasado en la última página, shockeado mientras veía desvanecerse ante el rio Perdido y el Blackwater delante de sus ojos ya que la historia había concluido sabiendo solo puede terminar por primera vez una sola vez el resto es repetición.

No lo abracé fuerte contra mi pecho ni lloramos juntos ni nada de esas cosas, no soy de esos padres pelotudos, soy de otro tipo de padres pelotudos… no de esos puntualmente, pero sonreí pensando en que las cosas estaban marchando muy bien con ese jovencito. Que una persona de trece años hoy en día mantenga un compromiso con una historia durante seis libros de tal manera que se sienta roto por dentro cuando esta se termina, quiere decir que algo bueno le pasa, algo bien hicimos con Vale.

Antes de esos libros y después de ellos, la vida va a ser la misma cagada. Probablemente esa persona que está entrando en la adolescencia, quizás no lo sepa ahora, pero en algún momento se va a sentir defraudado por sus padres aunque ojala que no sea asi defraudado por el gobierno de turno por parejas sentimentales, amigos de toda vida, el banco en donde cobra el sueldo, propias expectativas, bandas de rock naciona  y se va puede llegar a sentir muy mal por ello, o quizás no, pero el dolor que da un libro que te rompe el corazón por un rato es impagable.

Si lo sabré yo que me sentí arruinado con el final de Joyland, cuando veía en mi mente las cenizas de un nene que estaban puestas en un barrilete que piloteaba su madre desde la arena de una playa mientras lo recordaba con el corazón destrozado (me cago en Stephen King y sus ganas de matar niños), ese sentimiento genuino de dolor por algo que no es del todo real, porque el libro se cierra y la vida sigue. El libro queda durante años en la biblioteca y uno sigue respirando. Ese mini sufrimiento es algo que no se va a olvidar nunca y si tiene suerte y se convierte en ese tipo de persona con la que a mí me gusta hablar, le va a pasar muchísimas veces más, que además es un dolor incomodo de explicar para alguien que no lee, es algo muy personal, como andar con hemorroides no es algo que uno deba andar contándole a cualquiera.

Lo bien que hace sintiéndose mal por terminar una historia al menos por un rato ya que después de todo en ese inmenso mar de quilombos del que esta tapizada la vida ese dolor es el único que vale la pena en este mundo. Lo demás es cartón pintado.

Lean Blackwater, gracias Vale.

Nacho Caskey López.

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