Los pueblos tienen una lógica propia que aquellos que viven en grandes ciudades no van a entender jamás. Hay quienes en pueblitos no tan alejados de la Capital Federal, (cualquiera de pocos habitantes) manejan ciertos códigos implícitos que para los turistas son todo un misterio. La vuelta al perro es una de ellas.
Por aquella época había vendido un par de cuentos y me la daba de escritor importante. Aquel domingo de primavera quede varado en ese pueblo por una desinteligencia a la hora de combinar el horario del tren con el del colectivo.
Estaba tomando una cerveza respetablemente fría cuando de a poco comenzaron a aparecer como en una coreografía perfectamente coordinada. Al principio fue una parejita joven con un cochecito llevando a un recién nacido, ella caminaba del brazo de él y ambos charlaban animados. Luego un cura y dos monjas salieron a tomar aire y a hablar de la biblia o no sé… no sé de qué hablan los curas y las monjas, lo puedo sospechar (pero no da para escribirlo en un cuento como este) A ellos se le sumó un hombre maduro vestido de tenista, desencajaba con el panorama general porque parecía un empresario de esos que necesitan hacer un deporte los domingos y mostrarse deportistas ante todo el mundo. A él le siguieron un par de señoras agradables que salieron a barrer la vereda y a charlar entre sí. Un joven en muy mal estado físico que saco a pasear a un perro caniche nervioso e histérico. Dando vuelta la esquina se asomaron un grupo de chicas que se sacaban fotos mientras caminaban fingiéndose casuales. Como si supieran llegaron a la escena un par de jóvenes futbolistas en un auto caro escuchando cumbia y tocándoles bocinas a las chicas quienes respondieron con risas nerviosas e histéricas (como el caniche).
Un par de hombres de una edad indeterminable se sentaron en la mesa que estaba al lado de la mía, reían hablaban de fútbol mientras tomaban un aperitivo. Nunca notaron que estaba presente. Todo estaba sincronizado. El aspirante a Concejal que caminaba sonriendo y charlando con todo el mundo. La recién separada de la mano de su pareja nueva, el recién separado mirando fijamente a su ex mientras que ella se hacía la desentendida, los dos policías que daban su rutinaria vuelta saludando a los simples mortales sin uniformes. El dueño de la “discoteca bailable” que por un código implícito tiene que vestirse y actuar como si siempre estuviera en algo misterioso bajo de su auto negro a comprar cigarrillos en el kiosco de enfrente. Todos perfectamente sincronizados, armónicos y repetitivos, como la llama del encendedor.
A riesgo de parecer paranoico debo decir que de repente me empezaron a mirar, pero no amablemente, me empezaron a mirar de una manera incómoda para ellos y para mi. Al principio me di cuenta por las chicas que caminaban sacándose fotos, se quedaron paradas ante mi como si hubiesen visto a la muerte, superado el impacto inicial pasaron por al lado y empezaron a comentar algo entre ellas a decir verdad me sonroje, pensé que estarían comentando sobre el encanto y la belleza exótica de ver un turista como yo, pero esa sensación duró poco, me exalte cuando una de las chicas se dio vuelta me miró a los ojos y me hizo un gesto con la cara que denotaba que algo no andaba bien. ¡No soy buen escritor! Intento serlo pero sé que no lo soy y no podría describir el gesto perfectamente, pero la morocha que no tendría más de veinte años abrió desmesuradamente los ojos y cabeceo tres veces, como si haciendo ese gesto me estuviera salvando de algo, se dio vuelta y el grupo de chicas siguió caminando. Me empecé a preocupar. El empresario dueño de la “discoteca bailable” se cruzó de calle, paró a los policías empezó a hablar con ellos y me pareció ver que me señalaba ¡puede que sea imaginación mía! estaba medio sugestionado, pero algo me hizo pensar en que estaban discutiendo por mí, hacía gestos raros, los policías trataban de calmarlo, pero no lo lograron y se fue corriendo enojado, recuerdo que pensé ¿me habrán confundido con alguien?
Lo de los perros fue más retorcido aún. Las personas se pueden comportar como verdaderos idiotas si se lo proponen (si nos lo proponemos) pero los animales actúan por instinto. Un perro callejero de esos que no sabes ni de que raza son y siempre están mal alimentados paso por la calle a un par de metros de mi mesa me vio y se quedó petrificado, en alerta pero petrificado, parecía que había visto al demonio, así se quedó unos minutos, pero el caniche que paseaba con el joven en muy mal estado físico empezó a ladrarme, fuerte, cada vez más fuerte y con un ladrido cada vez más irritable él joven quiso tomarlo entre sus brazos pero el perro lo mordió, al ver sangre quise ayudarlo pero se negó diciendo una palabra que todavía la recuerdo como si fuera ayer “Equilibrio” dijo y se fue rápido mirando para todas partes.
Empecé a transpirar, mucho creo que algo en mi cara alertó al mozo que se acercó y mientras que limpiaba la mesa me dijo en voz baja – Se supone que no deberías estar aca, estás alterando el fino equilibrio del pueblo, si te quedas pueden pasar cosas muy malas– dijo y sonrió mostrando largos dientes amarillos puntiagudos sin encías con una sonrisa que se estiraba de oreja a oreja muy por encima de lo que un ser humano puede sonreír literalmente de oreja a oreja. Se me bajó la presión, estuve a punto de desmayarme cuando llegó el colectivo que estaba esperando.
“Nunca te metas en los juegos de un niño porque puedes arruinar su mundo” dijo alguien alguna vez, cuando el universo depende de un equilibrio tan fino como (en el caso del pueblo puede ser su propia rutina) cualquier extraño que amenace ese equilibrio puede ser un problema.
En eso pensé cuando me desperté luego de dos horas de viaje en el colectivo de larga distancia cuando este se detuvo, estaba empapado en transpiración, el aire acondicionado se había roto y tardarían tres horas en mandar otro desde la capital, baje a buscar un poco de sombra era verano, más de treinta grados de temperatura, cuando baje estaba en el mismo pueblo, frente al mismo bar, todos estaban en el mismo lugar y ahí estaba yo, desentonando como siempre, pensando en que algo malo iba a pasar.