Don Simón llego puntual a la reunión con el cura párroco Francisco, tenia muchas dudas e incertidumbres.
- Padre Francisco muchas gracias por recibirme- Dijo Don Simón con una amplia sonrisa en la cara.
- Don Simón, es un honor para mí recibirlo en la casa de Dios.
- Muchas gracias padre
- Dicho sea de paso- aprovecho el momento oportuno- hace rato que no lo veo por aquí.
- No de cuerpo presente padre Francisco pero espero que le hayan acercado mis colaboraciones para hacer las reformas en la iglesia.
- Por supuesto ha sido muy generoso como siempre con nuestra causa, si dispone de un momento le muestro en que hemos invertido el dinero.
- Las cuentas se rinden con el de arriba mi amigo por mí no se preocupe, no estoy acá por eso vengo por eso.
- Cuénteme Don Simón ¿en que lo puedo ayudar?
- Vea, el domingo vamos a bautizar a mi nieta en su iglesia…
- Si es una gran alegría que nos honren con la responsabilidad.
- Déjeme terminar- Exclamo cortante Simón- hay ciertos puntos que quisiera discutir con usted.
- Soy todo oídos.
- Tengo entendido que ante los ojos de Dios somos todos iguales ¿no? O al menos eso profesa esta iglesia.
- Es así somos todos hijos de Dios.
- Bueno ahí está el tema ¿Iguales a quien?
- No entiendo la pregunta.
- Claro, ¿a quién usan de modelo como para tener una referencia de que somos iguales?
- Es una metáfora, Dios nos hizo a su imagen y semejanza por ende somos iguales a nuestro señor.
- Eh ahí la cuestión. Por mi actividad hay cosas que no puedo pasar por alto. Mas allá de algunos inventos de la prensa y de la mala fama que me han creado yo estoy tratando de buscar otro perfil, lo que se dice “limpiar mi imagen” de alguna manera, por eso tengo un pedido para hacerle. Ya que somos todos iguales yo quiero que me tome a imagen y semejanza de Jorge el carnicero.
- ¿Cómo?
- Claro si somos todos iguales yo quiero ser como él. Nunca se metió en problemas, tiene una vida apacible, paga los impuestos, no tiene ninguna amante y jamás de los jamases tuvo que tirar un cuerpo al fondo del rió con zapatitos de hormigón.
- ¿En qué cambiaría que yo lo vea así?
- En que si usted cree que todos somos iguales ya es un avance y cuando alguien le hable de mi usted va a recordar a quien le recuerdo y en una charla informal quizás pueda dejarme bien parado.
- Pero usted tiene una fama un tanto….
- Ya sé lo que va a decir, pero si usted le comenta a un feligrés el domingo que no soy tan malo, ese lo cuenta en su casa y después sigue el boca en boca, recuerde padre que la gallina come de a uno e igual engorda.
- Si bien es un pedido inusual no soy quien para negarme.
- Tengo entendido que en el bautismo todos los presentes vamos a comer el cuerpo de Cristo.
- Es así hijo mío, todos tienen el derecho de comer el cuerpo de Cristo.
- Bueno vamos a hacer una cosa, ahora cuando me retire voy a dejar una generosa limosna en la canasta, lo único que pretendo es que para mi y mi familia me guarde las mejores partes del cuerpo de Cristo.
- ¿Cómo?
- Si yo sé que es complicado y vaya a saber uno cuanto tiempo hace que lo tienen guardado. La carne pierde calidad créame que lo se tengo un frigorífico clandestino.
- Lo que pasa es que….
- Déjeme terminar- pidió el mafioso con un tono amenazante- El tema de la confesión es otra cuestión delicada como se imaginara por mi estilo de vida tengo algunos pecadillos por ahí que no me gustaría que se sepan.
- Pero nosotros tenemos algo que se llama el secreto de confesión.
- Lo entiendo perfectamente ¿Sabe porque a los cadáveres se los ata con alambres de púas cuando se los tira a un rio?
- Ehhh… No, no se- dijo asustado el cura-.
- Una vez que el cuerpo se encuentra en el agua la carne se hincha y naturalmente es despedazada por los alambres de púa de esa manera el sujeto se convierte en comida para los pececitos.
- No se… que decir.
- Los peces tampoco saben que decir, por eso no abren la boca.
El padre hizo un silencio instantáneo Simón lo abrazo, le dio un beso en la mejilla y se marcho de la iglesia no sin antes hacerse la señal de la cruz.