Cuando tenía 7 años, en los años 80, en nuestra casa de Pila, mi madre lavaba la ropa en un gran fuentón de lata. Más tarde, se apoyaba en el secarropas, un invento que, según ella, le «salvó la vida». A menudo me pregunto si realmente ensuciábamos tanto o si lavar se había convertido en un hobby para ella. Mientras realizaba estas tareas, un viejo radiograbador Sony, fabricado en Japón y que solo funcionaba en AM y FM, sintonizaba Radio Colonia. Aquella emisora transmitía lo que entonces eran los clásicos. Siempre me intrigó saber dónde estaba ese locutor y cómo funcionaba una estación de radio.
A los 11 años, nos trasladamos a Chascomús. En mis paseos por la calle Libres del Sur, solía ver un cartel que decía «RCH Radio Chascomús». Un día, impulsado por la curiosidad, entré. Miguelo Arocena, el operador de turno, me mostró las instalaciones. Quedé fascinado con todo: la consola, las caseteras, las bandejas y el estudio.
Recuerdo que en esa época cursaba el primer año de secundaria. Había experimentado un shock al pasar de una escuela rural a una urbana. No solo por el número de materias, que aumentó drásticamente, sino también por el volumen de estudiantes y la metodología de los docentes. En esa época, la memorización era la norma, algo que, lamentablemente, aún persiste. Horas, días y años invirtiendo en memorizar contenidos que luego olvidamos.
El problema radica en que la educación de los años 70 y 80 aún prevalece en 2022. Antes, investigar significaba horas en una biblioteca; hoy, los estudiantes acceden a la información en segundos gracias a la tecnología. Sin embargo, el sistema sigue insistiendo en que memoricen datos que, en muchos casos, ya no son relevantes.
Quizás deberíamos centrarnos en enseñar conceptos fundamentales y habilidades útiles, y aprovechar la inmensa información disponible en línea. En vez de docentes tradicionales, podríamos tener mentores que guíen y orienten a los estudiantes.
Internet ha revolucionado el mundo. No obstante, queda el reto de hacer entender a quienes crecieron memorizando que esa forma de educar es obsoleta. Los encargados de reformar el sistema son aquellos que, en muchos casos, están arraigados en métodos anticuados.
En el futuro, imagino a los profesores más como mentores que como transmisores de contenidos. Necesitamos modelos a seguir. Para mí, ese modelo fue la voz del locutor de la radio mientras mi madre lavaba la ropa. Hoy, a mis 39 años, me pregunto: ¿Cuánto antes podría haber alcanzado mis metas si la educación hubiera sido más moderna?