Mi hija, Martina, se encuentra a las puertas de los 9 años. Nació en la clínica de Chascomús en un cálido agosto de 2013. A pesar de la expectación y los meses de preparación, decidí no entrar a la sala de parto. En ese instante, como sucede a menudo a quienes se enfrentan por primera vez a la paternidad, me resultó difícil captar la magnitud del cambio que se avecinaba en mi vida. Era como estar en medio de un torbellino de emociones, sin entender completamente su epicentro.
Poco después, la madre de Martina y yo optamos por caminos separados. Aunque este no es un relato sobre rupturas, este cambio precipitó una serie de reflexiones en mí. En el transcurso de nuestra breve convivencia familiar, luché constantemente con la responsabilidad recién adquirida de ser padre, con la influencia que mis acciones y palabras tendrían en ese pequeño ser que estaba formándose.
De repente, me encontré navegando la paternidad en solitario. Las demandas de mi trabajo, las responsabilidades parentales, mi inmadurez ocasional, y las interacciones con la madre de Martina se entrelazaron con la reconstrucción de mi vida personal. Aunque al principio me sentí abrumado, poco a poco comencé a adaptarme. Aprendí, en muchos casos por ensayo y error, las artes de cocinar platos sencillos, mantener una casa limpia, equilibrar el trabajo y el cuidado de una niña, y entender las sutilezas de sus necesidades y deseos.
La experiencia, aunque desafiante, me brindó una revelación: no solo estaba cuidando y educando a Martina, sino que también estaba reconstruyendo y reeducando al hombre que veía en el espejo. Cada día con ella era un espejo de mis valores, mis creencias y mis acciones.
Con el tiempo, rediseñé mis propias percepciones y valores, tratando de adaptarlas a este nuevo mundo, tan distinto al de mi infancia en los años 80:
- Erradicación de Estereotipos: Me propuse crear un ambiente donde los chistes y comentarios sobre distintos grupos fueran inexistentes, fomentando el respeto y la empatía en Martina.
- Desmitificación de Autoridades: Le enseñé que un título o posición no determina el valor de una persona. Todos somos humanos con sueños, miedos y aspiraciones.
- Enseñanza a través del Amor: Abandoné cualquier inclinación hacia el castigo físico, reconociendo que la verdadera enseñanza nace del amor, el respeto y la comprensión.
- Empoderamiento: Me esforcé en mostrarle que no está definida por su género, que puede ser cualquier cosa que quiera ser, y que siempre debería buscar su independencia y autenticidad.
- Defensa de la Justicia: Quise inculcar en ella la pasión por defender a los desfavorecidos y luchar contra las injusticias, mostrándole el valor de la solidaridad y el altruismo.
- Transparencia Total: Adopté un enfoque de honestidad radical. Desde responder sus preguntas sobre la vida y la muerte, hasta discutir los mitos y tradiciones populares, quise que supiera que siempre podría confiar en mi palabra.
- Humildad y Corrección: Me esforcé en demostrarle que cometer errores es humano, pero lo que realmente define nuestro carácter es cómo respondemos a ellos.
Este viaje de autodescubrimiento y evolución continúa. Mi esperanza es que, al proporcionar a Martina una base de amor, respeto y verdad, la esté equipando para enfrentar un mundo que cambia constantemente. Solo el tiempo revelará los frutos de estos esfuerzos. Sin embargo, tengo la convicción de que este camino de adaptación y aprendizaje es esencial para criar a una nueva generación consciente y compasiva.